martes, octubre 18, 2005

EPILOGO - TRES COLORES: AZUL

Julie ya es libre - Trois couleurs: Bleu (1993 - K.Kieslowski)

Viejas notas dibujan una melodía que nos lleva a una carretera desnuda, sin salida, hace frío, la niebla humedece los ojos, vidas como telas de araña, tan frágiles y tan hermosas, un simple balanceo, todo desaparece.

Destellos de luz que emanan calor despertando los sentidos, incertidumbre y miedos desconocidos no dejan de revolotear, la ceguera del tiempo, un rostro desdibujado por culpabilidades internas, la pérdida y el engaño, y sigue la música respirando por cada poro dejando claves sin descifrar, garabateando pequeñas heridas, el dolor ya no se siente por que tiene color, el color de la libertad.

Esta bellísima pasión de Kieslowski sobre los sentimientos humanos, nos la muestra a través de la mirada de la gran actriz Juliette Binoche, un alma atormentada tras la pérdida de sus seres queridos, sus silencios contemplativos, pausados y esa dulzura tan natural embelesa la magistral cámara que juega con el color azul, pintando las diferentes atmósferas, consiguiendo cambiar la temperatura emocional a lo largo de todo el metraje con sus elipsis narrativas.

Te envuelve con la misma fuerza que la protagonista, ha medida que avanza la historia se va liberando de las cadenas, buscando respuestas a esa lenta agonía que le ha brindado el destino, mediante la música y el amor se nos muestra como es ella, su entereza y su constante sacrificio por los demás, la renuncia del recuerdo que la aprisiona y le impide seguir adelante, perseguida por esa incesante melodía inacabada que solo ella puede concluir.

Llora, por fin llora, por fin es libre.

Pura Vida.

2 comentarios:

Thomas Canet dijo...

En mi humilde opinión, es una de las películas más bellas. A todos los niveles. A nivel emocional, a nivel poético, visual, musical. Dudo que se hubiera podido llegar más lejos en 90 minutos.
La integración perfecta del montaje de Witta (con sus famosos fundidos en negro, un hallazgo de introspección), la música de Preisner (de las partituras más sencillas y bellas que hay rondando por ahí), la fotografía de Idziak (ahí me supera, como se puede iluminar tan bien, usar filtros, desenfoques con tanta delicadeza), todos al servicio exclusivo de la historia que Kieslowski quiere narrar. Nadie toma demasiado protagonismo, es el equilibrio perfecto para dar EL tono a la película y convertirla en un poema visual único.

Haciéndonos los Garci, si me tuviera que quedar con una escena, creo que de las muchas que son increíbles, me quedaría con la del dedo siguiendo la partitura. ¿Cómo se puede contar tanto con tan pocos recursos, sin palabras?

Un abrazo y disfrutemos de esta obra maestra cuando la necesitemos.

Thomas Canet dijo...

Es que si lo pensamos friamente, yo creo que es una película muy técnica, y muy poco naturalista (en oposición diría, por poner un ejemplo, a Te doy mis ojos, de Iciar Bollaín). Lo veo que una destilación de todos los elementos que intervienen, que al final llevan la peli a un estado de pureza y de concentración tan alto, que es alucinante. Me maravilla como todo queda puesto al servicio de la emoción, de la poesía, y sobre todo, como consigue su propósito.