jueves, noviembre 17, 2005

MALA ESPINA

Esta mañana la he pasado esperando en el aeropuerto de Barajas. Viajo a Bilbao disfrazado de consultor. Camisa azul, corbata a juego. Traje gris marengo y castellanos. El barniz reluciente y necesario para que escuchen con atención que no tengo nada que decir. Soy un bluf, un espejismo.

Hoy nos espera un día glorioso, grita irónicamente un viajero cabreado. Los vuelos salen con retraso, parece ser que por condiciones meteorológicas adversas. Barajas parece un hospital de campaña absurdo. Sin heridos, pero tomado por la urgencia. Cuerpos dormidos que ocupan varios asientos de esos en los que nunca nos sentaríamos si solo nos dejaran elegir.

Mi vuelo se retrasa por momentos. 20 minutos, 40, para estabilizarse en 1 hora y cuarto. Ahí es nada. La pantalla que luce sobre la puerta de embarque se apaga y anuncia vuelo a Vigo. Ganaría con el cambio. Seguro. Por la megafonía de este aeropuerto no se realizan llamadas de embarque. Pues entonces sí que vamos listos. Nos pasean como ganado de un lado a otro de este inmenso hospital, solo para que no nos sobre tiempo para pensar. Camino por los pasillos eternos buscando mi nueva entrada al cielo.

Fatal de la muerte, super cansado dice una chica hablando por el móvil. Me miro los pies y pienso que no me pagan lo suficiente para andar dentro de unos zapatos que hacen que me mueva como un torpe imitador de Michael Jackson y su paso lunar.

Pienso en todo el tiempo que pierdo, en el que me hacen perder. En las cosas que podría hacer de no estar aquí. Pienso en nuestros jefes, nuestros compañeros que alargan la sacrosanta jornada laboral para no volver pronto a casa. Mejor aún. Utilizan la oficina como un opiáceo que les deja suficientemente cansados, abandonados y alienados como para volver a casa sin rastro de la persona que son. Seguros de no sentir nada, anulados bajo el peso del cansancio, acolchados de la realidad y la rutina que envuelve sus vidas vacías. Solo queda sentarse delante del televisor y dejarse llevar. Un toro buscando voluntariamente al picador. Deseando recibir la aguja, el chute que lo anule.

Pienso también en las estrellas. En aquella primera noche en Asturias en la que comprendí que las estrellas de Madrid no pueden ser las mismas que las que vinieron a visitarnos. Barajas se desvanece bajo mis párpados, y bajo la niebla que lo inunda todo. Cómo las echo de menos en estos días en los que me levanto y me acuesto de noche. Estas noches negras, mates, muertas.

Pero el cansancio no puede con mi rabia. Me siento como una lancha motora encallada en la arena, con el motor en marcha y la hélice girando en vacío. Pura Vida.


Mala espina en Barajas. 2005 Posted by Picasa

1 comentario:

Ezobeida en Construcción dijo...

Me identifico con lo de volver a casa tan cansado que ya no te acuerdas de quien eres, y puedes dejarte morir frente al televisor. Menuda mierda, pero así pasé unos años. Ahora vuelvo cansada, pero llena de vida. Los cambios son buenos. También conozco a muchos que alargan las jornadas discutiendo estupideces, para evitar el regreso.
Espero que consiguieras volar y tomaras unos ricos pintxos de la tierra.

Besos