jueves, noviembre 24, 2005

BAILE A BORDO

Aunque sea largo para colgarlo en un blog, dadle una oportunidad...

Juan Sebastián (Bach, naturalmente)
y Mahalia (Jackson, claro) concelebran
su rito, río que se desplaza inmóvil
hacia la mar, que es el morir.
Juan Sebastián, con sus dedos de viento o tiempo,
arranca sones húmedos al teclado del Hudson.
Y los tubos del órgano
-casas de cuarenta pisos, servidumbre de color-
los agrandan, amueblan el espacio,
suben interminables y paralelos
hasta el umbral de las estrellas
agazapadas en la bruma.

¿Quién habrá convocado a esta hora,
en este espacio navegante
al que ha llegado de Alemania
en su nave bien temperada,
el que aherrojó su sufrimiento
en las mazmorras de la matemática
y a la africana esclava
en cuya sangre se disuelve
el gemido de los azotados,
encadenados, des-selvados,
hacinados en las sentinas tórridas
de los barcos de asfixia, vómito, látigo,
sobre las olas repetidas y sobrecogedoras,
hasta aportar a los algodonales
del doloroso y hondo Sur!

Las barras del compás, la norma, el orden,
las herramientas de quién nunca sufrió
(¡como si alguien pudiese no haber sufrido nunca!)
o que disciplinó su sufrimiento,
lo domó, lo embridó
en las rejas del pentagrama,
y la vaharada de león y buitre,
de flores podridas y de insectos feroces,
la síncopa, el jadeo, la agonía del swing,
y los gritos no temperados,
el ritmo libre como el oleaje,
se han dado cita aquí, esta tarde,
en los ríos que ciñen la ciudad,
órgano, selva de metal y luz y escalofrío
y de deslumbramiento, y de nostalgia futura,
porque mañana ya será otro día.

Los pasajeros de la embarcación,
-veinte dolares, cena y baile incluidos-,
charlan, ríen, beben y cantan.
Algunos contemplamos el prodigio.
(Majestuosas, las gaviotasacompañan a los viajeros.
Casi nadie lo advierte.)
Y de pronto, sobre el preludio
filtrado por los siglos que el viejo Bach desgrana,
vuelan los alaridos de una fiera,
pura naturaleza ajena al tiempo:
Canta Mahalia, subrayando, contradiciendo,
complementando con su sufrimiento
a Juan Sebastián Bach, el que nunca sufrió.
El friso de Nueva York majestuoso y geométrico
es ahora jungla.
Se retuercenlos bloques impasibles, lo mismo que serpientes,
me rodean, me envuelven; nos envuelven.
Tomo en mis brazos a la desconocida.
Mañana habremos vuelto cada uno a su tierra.
Pero ahora giramos, arrebatados por la música,
lloramos sobre el hombro de Mahalia
y sobre la empolvada peluca de Juan Sebastián
una música irrepetible, porque antes no existía.
Alrededor, gira la ciudad, irrepetible,
giramos y giramos hasta morir,
porque por fin nos hemos descubierto.

José Hierro, Cuaderno de Nueva York, 1998.

Georgia O'Keefe. City night, 1926 Posted by Picasa

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