jueves, enero 05, 2006

EL ACUARIO

Acabo de meterme en la cama y el silencio empieza a acariciarme los oídos. En la lejanía de una casa diminuta, el acuario del salón se va haciendo oir hasta ocupar toda mi cabeza. Un mundo para un único habitante. Un pececillo que ha perdido su color o quizá haya recuperado el suyo verdadero, nunca se sabe. Y me acuerdo de algo que leí sobre la memoria de los peces. De que en apenas pocos segundos olvidan lo que ha ocurrido antes. Quizá sea esta una medida de la felicidad. Olvidar de donde vienes antes de toparte con el fin del mundo. No recordar que esas aguas ya las nadamos. Lanzarte contra las olas como si fuera la primera vez. Y comprendo que para ser feliz basta con tener la suficiente poca memoria.

Esa pequeña urna de vidrio ha transformado la noche en otra noche más lejana. Otra noche de otro tiempo. Con la lluvia chocando contra el cristal. Casi puedo sentir las nubes cargadas tronando a lo lejos. Las gotas se deslizan sobre el cristal mojado hasta que es mi cara la que está empapada.

Y estoy en otra casa, en otra época. Soy otro, o quizá no. No lo sé. En un tiempo verdoso y ocre, con humedad colonial y criolla. La casa reina con sus columnas blanquecinas sobre un jardín aselvado. Como debería ser. La luz no es la bienvenida aquí. Se la deporta en cuanto se puede. Se cuela entre las ramas y las hojas hasta alcanzar moribunda mis ojitos de serpiente.

Vago por este paraje escoltado por los bustos de mármol centenarios que me observan desde los márgenes del camino que lleva de vuelta a casa. Que me vigilan y me cuidan. Que me recuerdan quien soy y señalan la dirección que deben tomar mis pasos. Que me protegen de todo lo extraño. Como la hiedra sobre un muro de piedra, que acaba por asfixiar aquello que la sustenta.

En el centro del jardín, he olvidado mencionarlo, hay un estanque coronado por una fuente. Un chorro de agua juguetón, nunca igual a si mismo, que busca incesante la originalidad sin saber porqué. Con una immensa carpa naranja tratando de remontar un río de la vida circular. Y es feliz, en su empeño imposible, porque tiene la suficiente poca memoria. El anillo de Moebius, infinito e irrepetible, pero siempre igual a sí mismo. Sin saberlo. El acuario, el estanque, mi vida, todo se reduce a un mismo círculo.

Y es que ya lo dijo Bob hace muchos años. Te dejaré estar en mis sueños si puedo estar en los tuyos.

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