jueves, diciembre 01, 2005

MOULIN ROUGE

"L'anglais Warener au Moulin Rouge"
1896 Toulouse-Lautrec

Mi pasión por Henri de Toulouse-Lautrec empezó de muy niña cuando vi por primera vez la película de John Houston. Ese primer plano de una mano pequeña garabateando apasionadamente y sin pausa en un mantel, caricaturas del bullicioso mundo cabaretero en el Paris de la Belle Epoque, me enamoro como a una adolescente en su primer beso.

Una babilonia del music hall que suena en mi cabeza como un carrusel de notas grotescas, risas y claque de colores, piernas en alto que se mezclan con sombreros de copa, un laberinto de espejos y burbujas. Todo un circo de personajes bohemios y libertinos que hacen girar y girar, cada vez más deprisa, el loco tiovivo musical. Bienvenidos a Moulin Rouge.

No voy a hablar sobre la última versión, una postal musical y efectista, sorprendente y sin desperdicio, que no tiene mucho que ver con la primera. No se trata de valorar si una es mejor o peor que la otra. Hablan de lo mismo, de la pasión por la vida, es decir, el amor con mayúsculas.

Volviendo al clásico, siempre que veía al actor José Ferrer era Lautrec en persona, deambulando por los callejones de Montmartre con su bastón, refugiándose en su buhardilla noctámbula impregnada de óleo y alcohol. La pasión desenfrenada por las mujeres, desengaños y lágrimas endureciendo almas errantes, le ha servido para retratar como nadie ese carnavalesco mundillo de fanfarria y burdeles, desde lo más alto hasta lo más bajo. Una válvula de escape a todas sus frustraciones, al igual que hicieron sus amigos Gauguin y Van Gogh.

Esta obra soberbia nos regala una combinación de sensaciones y emociones de la mano de un pintor que marco un momento y una continuidad. A través del arte que mueve todo un mundo en cualquier época, permanece la grandeza de unos pocos, unos maravillosos locos que lo han dado todo por nada, como Toulouse-Lautrec. Porque el arte es amor.

Autorretrato - 1882-86

Pura Vida

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